miércoles, 24 de septiembre de 2008

Roma, paraíso para caminantes


Roma ofrece al viajero un desfile inagotable de obras de arte de los últimos dos mil años y la continua sorpresa de calles y plazas acogedoras y llenas de vida.


Bulliciosa, alegre, ruidosa, clásica, apabullante. Eterna. Todos los adjetivos caben al hablar de Roma, la ciudad que ha acogido a emperadores, papas, genios de la pintura y la arquitectura, dictadores de camisa negra y políticos de bronceado perfecto. Todos con un particular deseo de pasar a la historia que se ha ido acumulando siglo a siglo en cada calle, en cada fachada. Roma es una suma desordenada y colorista de referencias históricas, comparable a un agitado yacimiento arqueológico en el que la herencia de Mussolini y las joyas del Barroco o el Renacimiento se superponen a los restos de la Roma clásica, dejando siempre un resquicio para que al doblar la esquina surja una columna milenaria.
Pasear por Roma es un descubrimiento continuo y, si todas las ciudades han de conocerse caminando, ésta añade el atractivo de un pavimento que en algunos lugares lleva soportando las pisadas de los romanos desde hace más de dos mil años. Y también de los seis millones de turistas que visitan la ciudad cada año.
Nada como acercarse al Coliseo y al Foro para viajar en el tiempo, en línea directa hasta la Roma de los Césares y los gladiadores. Aunque sea junto al permanente zumbido de las vespas, tan inconfundiblemente romanas. Y para ir tomando nota de la fisonomía de la ciudad de las siete colinas, conviene subir a la ladera del monte Capitolino, contemplar desde allí las ruinas del Foro e imaginar cómo era el epicentro de la antigua Roma. El paso del tiempo ha hecho mella sin duda en el aspecto del Foro Romano, aunque también los saqueos que sufrió este complejo arquitectónico en la época medieval, cuando sirvió como cantera de materiales de construcción.
En la actualidad, y dando por momentos aspecto de parque temático, algunos ciudadanos de Roma se visten de gladiadores o centuriones y posan para las fotografías de los turistas a las puertas del Coliseo, no sin cumplir las normas de vestuario que tuvieron que fijar las autoridades municipales para evitar la picaresca y el desaliño. El viaje en el tiempo puede prolongarse acudiendo a las catacumbas, las termas y El Palatino, donde cuenta la leyenda que vivía la loba que amamantó a Rómulo y Remo y donde decidieron vivir los emperadores romanos.
El Vaticano es otra de las visitas obligadas de la ciudad. Roma no sólo acoge a turistas, sino a miles de peregrinos y la belleza de la Basílica de San Pedro y de las maravillas que acoge en su interior va más allá de credos y religiones. Las referencias de lo mejor del arte renacentista y barroco, presentes en la memoria de cualquier estudiante de arte, están recogidas allí: la Piedad y la deslumbrante cúpula de Miguel Ángel, el baldaquino del interior de la basílica y la impresionante columnata exterior de Bernini...
La cúpula del Vaticano, sin ser ninguna de las siete colinas, ofrece unas magníficas vistas de Roma. La subida primero ofrece la perspectiva del interior del templo y un último tramo de escaleras más estrecho regala una panorámica inolvidable de la ciudad que compensa por el esfuerzo del ascenso. Para disfrutar de vistas que incluyan la cúpula de Miguel Ángel es recomendable asomarse al mirador del Monte Gianicolo.
La Capilla Sixtina es otro de los lugares del Vaticano en los que el viajero llega a preguntarse inevitablemente por la inspiración divina. Los frescos que pintó Miguel Ángel -en los que se representan escenas como la creación de Adán, la expulsión del paraíso o el Juicio Final- se pueden disfrutar con la viveza y la intensidad de los colores originales, después de una tarea de restauración que ha durado casi dos décadas. La abundancia de turistas, conteniéndose muchos para no disparar el flash de sus cámaras de fotos, no propicia precisamente el recogimiento que sería ideal para contemplar la obra maestra y del que sólo disfrutará el cónclave que elige en esta sala al Sumo Pontífice. Para visitas más terrenales, es aconsejable acudir a la Capilla Sixtina entre semana y acceder a ella directamente, sin pasar antes por los Museos Vaticanos, con lo que además se podrá apurar más tiempo de visita.
Vistos el Coliseo, el Foro y el Vaticano, queda una larga lista de joyas arquitectónicas que hacen de Roma una ciudad inabarcable para el turista. El Panteón, que acumula dos mil años de historia, es el edificio de la antigua Roma en mejor estado de conservación y remite con su enorme cúpula a todo el esplendor de aquella época.
Los museos públicos más antiguos del mundo también están en Roma. Son los Museos Capitolinos, fundados en 1471 con la donación de unas esculturas del papa Sixto IV y que, con el paso del tiempo, han terminado por acoger numerosos tesoros de la época antigua. El emplazamiento de los museos, en la Piazza del Campidoglio, bien merece por sí solo la visita. Esta plaza fue el germen de la ciudad y se convirtió en el centro de Gobierno de la antigua Roma. Su diseño actual es obra de Miguel Ángel, que legó a la ciudad uno de los espacios públicos más elegantes del mundo, y está presidida por la estatua ecuestre de Marco Aurelio, del siglo II. El esplendor del Imperio romano y el mejor Renacimiento se unen en un mismo espacio.
Pero la belleza monumental de Roma no se queda sólo en los templos o en los grandes edificios institucionales. Se contagia a sus calles y sobre todo a sus plazas, algunas verdaderos museos al aire libre. La Fuente de los Cuatro Ríos, una fastuosa escultura de Bernini, preside la Piazza Navona y la convierte en una de las más hermosas de la ciudad.
Recorrer las plazas, grandes o pequeñas, monumentales o recónditas, es otra fórmula imprescindible de conocer la ciudad y de apreciar la otra Roma, la de los gelatos y las pizzas, los puestos del mercado de Campo dei Fiori, los edificios de tonos terrosos o las calles palpitantes del barrio del Trastevere. Es la Roma acogedora que resulta inmediatamente cercana para el visitante. La de las inevitables referencias cinematográficas, como el alocado paseo en vespa de Audrey Hepburn de Vacaciones en Roma (se pueden alquilar en numerosos puntos de la ciudad y también bicicletas) o el envidiable baño nocturno de Anita Ekberg en la Fontana de Trevi.
Piedras milenarias, plazas y fuentes dan la medida de esta città que ha inspirado de forma inagotable a artistas y poetas. A esta ciudad dedicó Rafael Alberti su libro Roma, peligro para caminantes, que comienza pidiendo cuentas por todo lo que tuvo que abandonar el poeta en España al exiliarse en la capital italiana. 'Dejé por ti todo lo que era mío,/ dame tú, Roma, a cambio de mis penas,/ tanto como dejé para tenerte'. La vitalidad y la belleza romanas seguro que sirvieron para compensarle.


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